“Es un alivio que haya cesado el ruido, que todo esté en silencio. Esme se alegra. Una sentada, otra de pie. Siente las manos vacías ahora que ha soltado el cojín, de manera que las presiona una contra la otra. Se sienta. Sigue con las manos juntas, apretándolas con fuerza. Las mira fijamente. Los nudillos se vuelven blancos, las uñas rosas, los tendones se marcan bajo la piel. Sigue sin mirar a su hermana”.
(Maggie O’ Farrel, en La extraña desaparición de Esme Lennox)
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