En los últimos años los mensajes y discursos publicitarios nos prometen “una experiencia única” a través del consumo de los productos y servicios ofrecidos. Ya sea viajar al paradisíaco Caribe o conducir un automóvil con tecnología de punta, pasaremos por una experiencia única. Incluso el cotidiano jabón que utilizamos en la ducha cada mañana nos proporciona una experiencia única. Al parecer el marketing de los últimos tiempos vende todo lo que pueda concebirse como una experiencia única.
Esta expresión, “una experiencia única”, tiene redundancias y contradicciones a la vez si se la considera rigurosamente. En efecto, “experiencia” significa lo que vivimos en un momento concreto y determinado de nuestra vida; en este sentido, siempre tenemos experiencia de algo, o sea, de lo que vivimos permanentemente, aunque sea el repetido ritual de desayunar cada mañana. Sin embargo la rutina no anula la esencia de la experiencia: cada mañana es irrecuperable.
En primer lugar, la experiencia siempre es única, ya sea porque sólo la vive un individuo determinado o, incluso para la misma persona, cada momento de su vida es una experiencia irrepetible; de ahí su redundancia. En segundo lugar, si mi experiencia es sólo mía, no puede ser de otros, como pretende la publicidad diciéndole a miles de personas con diferentes gustos e intereses que tendrán una experiencia única; de ahí su contradicción.
Creo que el problema es que el excesivo bombardeo de información y la oferta desproporcionada han saturado nuestra capacidad de tener experiencias, o sea, de sentir algo frente a lo que vivimos. La sociedad de consumo ha embrutecido nuestros sentidos mediante la interminable carrera del consumo. La experiencia implica tomarse el tiempo para hacerse consciente de lo que vivimos. Pero lo que precisamente no nos brinda la sociedad actual es tiempo para disfrutar lo que obtenemos: una vez que Usted adquirió algo, ya debe desecharlo para adquirir lo que le ofrecerán seguidamente.
Podemos, sin embargo hacer frente a esta situación (¡y sin gastar dinero!): sentarse un momento en un banco de una plaza y percibir la brisa que nos envuelve, que puede ser cálida en verano o fresca en otoño, mirar las manchas de luces y sombras que el follaje de los árboles produce caprichosamente cuando lo atraviesa la luz del sol, escuchar la variedad de cantos de las aves, ver cómo vuelan de un árbol a un poste, y cuántas situaciones más que no llegaríamos a enumerar. Funes, en el relato de Borges, con su prodigiosa capacidad de retener los menores detalles que percibe, es el ejemplo extremo de la experiencia. Y Usted mismo, que ha leído este texto ahora (y no antes ni después), ha tenido una experiencia única.
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