“La mansión había empezado a revivir en las últimas horas, como un mecanismo al que hubiesen dado cuerda. Revivían los muebles, los sillones y los sofás a los que habían quitado las telas protectoras, y también los retratos de las paredes, los enormes candelabros de hierro, los objetos decorativos de las vitrinas y de la repisa de la chimenea. Al lado de la chimenea había troncos para el fuego, porque a finales del verano eran frescas y húmedas las noches; de madrugada, el aire se llenaba de frío y todo se impregnaba de vaho. Los objetos parecían recobrar el sentido de su ser, parecían tratar de demostrar que todo adquiere un significado al estar en contacto con los seres humanos, al participar en la vida y en el destino de los hombres”.
(Sándor Márai, en El último encuentro)
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