miércoles, 26 de septiembre de 2012

André Kertész o el arte de saber mirar

El circo, 1920


© Vilma Santillán (texto)

Siempre he afirmado que, acercándonos a la primavera, el arte fotográfico renace en Buenos Aires. Tanto es así que, una tras otra, se suceden interesantísimas exposiciones fotográficas en varios espacios de la ciudad.

Una imperdible y antológica es la dedicada a André Kertész que se exhibe hasta el 29 de este mes en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE, en pleno centro porteño. Unas 200 fotografías del maestro húngaro, la mayoría en exquisito blanco y negro, permite recorrer su producción desde antes de la Primera Guerra Mundial hasta la década de 1980. Citas de su autoría referidas a su actividad artística acompañan las imágenes expuestas, así como una pequeña selección de obras inéditas hasta hoy realizadas en Buenos Aires durante sus tres visitas a esta ciudad y algunos recuerdos familiares.

Iniciando el recorrido expositivo por su Hungría natal y sus primeras obras, ya su lente nos revela escenas cotidianas pero con puntos de vista inusuales para la época, situaciones insólitas y actitudes no posadas. Pero es en Francia, específicamente en París durante la década de 1920, donde la inclusión de las sombras en la composición fotográfica cobra protagonismo: “Square Jolivet (1927)”, “La sombra de la Torreo Eiffel (1929)” y “El Pont des Arts visto a través del reloj del Instituto de Francia (1929)” se incluyen dentro de esta estética, así como varias ‘abstracciones urbanas’ de los ’20 y los ’30: los adoquines y el agua acumulada en el cordón de la vereda en “París (1929)”, las sillas y sus sombras en un día de verano en “Champs Elysées (1929)”, los caminantes inmortalizados en “Sombras (1933)” o las escaleras empinadas de la Rue Foyatier en “Escaleras en Mont Martre (1925)”.

Los juegos de luces y sombras resueltos en blanco y negro no se acabaron en el repertorio parisino, sino que continuaron en las tomas realizadas durante las décadas siguientes, tanto en Estados Unidos, Japón u otros países. Entre las obras de esos años destacan: “Washington Square (New York,1954)”, realizada en un riguroso invierno con nieve que le da a la imagen el aspecto más de un tinta oriental que el de una fotografía; “El tulipán melancólico (1939)”, excelente fotografía de estudio; “Escultura (Japón, 1968)”, donde la mano de un ignoto santo parece que nos dará su bendición en cualquier momento; y “El balcón (Martinica, 1972)”, en la cual aflora nuevamente el pincel oriental.

La muestra, titulada “El doble de una vida. André Kertész (1894-1985)” e incluida en el circuito de exposiciones del Festival de la Luz 2012, ha sido organizada conjuntamente por el Jeu de Paume y la Mediateca de la Arquitectura y el Patrimonio, dependiente del Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia. Cuenta, además, con el auspicio de la Embajada de Francia en Argentina y la Fundación OSDE. La entrada es libre y gratuita.

martes, 18 de septiembre de 2012

Megamuestra de Primavera




© Vilma Santillán (texto)

En unos días más llega la primavera a Buenos Aires. Y para festejarlo, el sitio on line de fotografía Fotorevista ha organizado una megamuestra fotográfica en el Foto Club Buenos Aires en la que expondrán sus obras un centenar de fotógrafos de la Argentina.

La inauguración, exclusiva para prensa, artistas e invitados, será el viernes 21 de septiembre. El público podrá visitar la muestra, con entrada libre y gratuita, del 25 de septiembre al 19 de octubre de lunes a viernes de 13:30 a 21:30 y los sábados de 9:00 a 17:00, en Hipólito Yrigoyen 834, sede del Foto Club Buenos Aires.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Citas corporales (XXX)




“Lo que más me sorprende de la humanidad son los seres humanos, sacrifican su salud para conseguir dinero, luego sacrifican su dinero para recuperar la salud, y después, están ansiosos por el futuro, y por ello, no disfrutan el presente”.

(Dalai Lama)

domingo, 2 de septiembre de 2012

Fotos





El 11 de diciembre del año pasado la revista dominical del diario La Nación publicó un artículo escrito por el actor y escritor argentino Enrique Pinti titulado Fotos. Dado que trata sobre el cambio tecnológico que ha sufrido el arte fotográfico a partir de la introducción de la tecnología digital a distintos aparatos que hoy nos acompañan diariamente y su relación con el recuerdo y la memoria individual y colectiva, me pareció interesante compartirlo con todos aquellos que no han tenido la oportunidad de leerlo en su momento.

“Por alguna extraña razón no tengo registro fotográfico de mi persona entre los catorce y los veinte años, cosa rarísima porque mi familia siempre fue bastante obsesiva con las fotos. Teníamos un ataque documentalista y mi padre ponía al pie de cada imagen la fecha, el año y el acontecimiento. Desde la primera entrada al cine Baby (hoy teatro Ateneo) para una sección de dibujos animados y cortos de Chaplin, hasta el primer día de clases con guardapolvo y una cara de traste por el madrugón (la mañana siempre fue conflictiva para este gordito dormilón), pasando por cumpleaños, casamientos, reuniones varias y hasta una foto de familia en la sala de nuestra casa, fechada en 1942, mi evolución física quedó inmortalizada en una enorme cantidad de fotos en blanco y negro que engrosaron varios volúmenes de álbumes. Veraneos en Mar del Plata, hasta el año 1944. Luego hubo vaivenes económicos que no permitieron gastos superfluos; en esas épocas a nadie se le ocurría endeudarse por una semana de vacaciones, se gastaba cuando había y cuando no había no se gastaba a cuenta, así de simple. La rigurosa foto de primeros pantalones largos a los trece, la del ingreso al secundario y después se acabaron las fotos. A mi familia se le pasó al furia fotográfica, quizá porque la edad del pavo no resultaba tan atractiva como la del bebé con el culito al aire recostado en almohadones o la del nene disfrazado año tras año de pollito, holandés, mexicano, gaucho, cadete, pirata o zorro, ¡vaya uno a saber!

Quizá también coincidía con esa etapa turbulenta del paso de la pubertad a la adolescencia con cambios físicos y desórdenes glandulares, deseos nuevos, represiones viejas, forúnculos y granitos inoportunos, algo de acné, odio a las malditas materias de un bachillerato con un poquito de todo y nada de nada, enfrentamientos con padres, profesores, preceptores y aquella amenaza de mi época de que llegaría a los veinte con la puta colimba vaya a saber en qué lejano rincón de la patria. Fuera por lo que fuere, no tengo fotos de esos momentos que no fueron sólo conflictivos, sino que también significaron la concreción de sueños como el hecho de comenzar en el teatro.

¿Por qué no tengo registro de mis primeros pasos en un escenario? Quizá los tuve y las tinieblas de la memoria luego de tantos años me los hicieron olvidar y sucesivas mudanzas lograron extraviarlos. No sé, sólo puedo recuperar mi imagen en amarillentas fotos del año ’59 al representar en el inolvidable Nuevo Teatro, dirigido por Alejandra Boero y Pedro Asquini, El burgués gentilohombre de Molière, obra que por una hermosa vuelta del destino representé hasta el mes pasado en el Teatro San Martín y, debo decir, de ésta tengo cientos de fotos. Es que hoy la foto no es aquella ceremonia familiar con rollo, revelado y álbum para el recuerdo; en estos tiempos cada ciudadano se ha convertido en fotógrafo profesional y con sus celulares registran cuanta cosa se les cruce. Desde famosos a la salida de los teatros y canales de televisión hasta perros haciendo sus necesidades, pasando por romances fugaces, relaciones sexuales propias y ajenas y tirada de arroz en la puerta de algún registro civil.

Mucha gente no sabe manejar el telefonito y no aciertan con botones y focos, pero eso no los amilana en lo más mínimo y siguen registrando imágenes. Lo que no se sabe es a dónde van a parar esas fotos. Muchas veces se borran, otras están en discos y se proyectan de vez en cuando en el DVD familiar, pero para el dinosaurio que esto firma nada puede reemplazar a la foto impresa guardada celosamente en cajas, archivos caseros o el viejo y querido álbum. Las fotos impresas pueden deteriorarse, perderse en mudanzas como puede haberme pasado con las imágenes de mi adolescencia, pero tienen el encanto de lo intangible, de lo que nos hace jóvenes para siempre con mucho más sentido y autenticidad que dudosas cirugías y Photoshop al borde del ridículo. Ya sabemos que muchas veces decimos ¡quemá esas fotos! Por muchos motivos, por muchas negaci

ones y por muchas personas que nos dañaron, nos defraudaron y que ahí están, abrazados a nosotros con sonrisas engañadoras. O también queremos quemarlas porque nos recuerdan qué jóvenes éramos y qué brillo en la mirada ostentábamos. Por lo que sea, yo prefiero la vieja y querida foto impresa.”


© Enrique Pinti

[+ info en: www.lanacion.com.ar ]